1. Lee y medita mucho la Biblia en privado; así entenderás mejor lo que
se predica en público y podrás distinguir si lo que se dice es de Dios o
no. Si no conoces la Palabra, lo que se predique te resultara extraño y
de poco provecho.
2. Busca el lugar con la enseñanza más clara, definida y convincente que
puedas hallar. Es inmensa la diferencia que hay entre ser enseñado por
un predicador juicioso, claro, preciso y capaz, que por uno ignorante,
ambiguo, indefinido y seco, cuya predicación es una mezcla de ideas sin
digerir. Un maestro ignorante no te va a hacer un cristiano entendido, y
uno que predica erráticamente no te va dar un crecimiento sano ni te
establecerá bien en la verdad.
3. No oigas la Palabra con un corazón descuidado como si no tuviera
importancia para ti. Escúchala consciente de tu necesidad y de la
responsabilidad e implicaciones de lo que oyes. Si entiendes lo que esa
Palabra significa para tu alma y si la amas como la Palabra de vida,
entenderás mejor cada verdad predicada. El que no ama ni necesita algo,
no se interesa en oírlo; pero si entendemos la excelencia y necesidad de
la Palabra, nuestro amor y atención serán estimulados y nos será fácil
entender lo que se predica.
4. No toleres que los pensamientos vanos, el descuido o el letargo
estorben tu atención. Si no estas atento, ¿Cómo entenderás y aprenderás?
Enfócate en la predicación de la Palabra como si allí estuviera tu
vida. Se tan diligente en aprender así como tu pastor es diligente para
enseñar. Si un predicador negligente y aletargado es malo, un oyente
apático y amodorrado no es bueno. Dice Moisés: “Aplicad a vuestro
corazón todas las palabras que yo os testifico hoy—porque no es cosa
vana; es vuestra vida.” Si tú esperas que Dios oiga tus oraciones en la
aflicción, ¿Por qué no vas a oír sus Palabras sabiendo que “el que
aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable”
(Prov. 28.9)?
5. Pon atención al orden del sermón y a la doctrina en que está
centrado. Primero porque eso es lo que el predicador quiere señalar, y
luego por que eso te ayudará a entender el resto, el cual depende y esta
relacionado a ello. Observa sobre todo los aspectos más importantes
para tu alma y no te estés fijando en los detalles o aspectos
ingeniosos; no seas como los niños que van a la escuela y lo único que
hacen es rayar papeles con figuras inteligibles sin haber entendido su
lección.
6. Aprende primero los puntos esenciales de la doctrina, y procura que
con cada predicación tu entendimiento de ellos se incremente más.
Entendiendo bien las doctrinas esenciales podrás entender mejor las
doctrinas no esenciales.
7. Evita estas dos cosas: (a) apresurarte a explorar detalles
doctrinales (que algunos llaman profundidades) antes de comprender bien
lo esencial. (b) alimentarte de controversias secas y estériles y
deleitarte con la hojarasca de palabras resonantes e impertinentes que
no edifican entrando en discusiones vanas sobre formalismos y
exterioridades.
8. Cuando regreses a tu casa medita en lo que escuchaste hasta entenderlo bien (Salmo 1.2).
9. Cuando tengas dudas, pregunta a los que te pueden ayudar y enseñar.
Es señal de descuido y desprecio a la Palabra de Dios que alguien deje
pasar el tiempo sin acercarse a sus pastores a buscar la explicación de
sus dudas, teniendo ellos la capacidad, la responsabilidad y el deseo de
enseñarte.
10. Lee libros que puedan ayudarte a entender mejor las doctrinas que necesitas aprender.
11. Ora fervientemente por sabiduría e iluminación del Espíritu (Ef. 1.18; Hechos 26.18; Sant. 1.5).
12. Practicar conscientemente lo que sabes, es la mejor y más excelente
ayuda para conocer con solidez las verdades de Dios (Juan 12. 7, 17).
Tomado de: SIN FLUCTUAR.-
DIOS NOS BENDIGA A TODOS.
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